Hay que ver una aurora boreal. Todo el mundo debería poder hacerlo, sentirse pequeño y sobrecogido ante esa cortina fantasmagórica que barre el cielo sobre nuestras cabezas. Se me antoja una gigantesca y etérea bailarina, más que esas antorchas de una procesión de almas que imaginan los inuit. Otros hablan de la sensación de estar viendo unos fuegos de artificio, lentos, majestuosos, y silenciosos.
Esas luces del norte son algo que te marca, como si uno debiera aparcar la mente racional y dejarse llevar por la magia. Es habitual contraponer esas dos visiones del mundo: la del hemisferio derecho, analítico, anclado a la razón, frente al cerebro izquierdo, imaginativo y creador. El poeta John Keats acusó a Isaac Newton de haber desposeído al arcoíris de su belleza al explicar cómo se formaba.
Desde el ataque del romanticismo, hemos seguido aferrados a ese prejuicio de que ciencia y emoción no pueden ir juntas. O de que uno puede realmente separar sus dos hemisferios (otra cosa es que uno pueda dejarse llevar...)
Siempre que he visto esas luces entre verdes y azules, enrojeciéndose o amarilleando a veces, desapareciendo o cubriendo de repente en un 'grand jeté' todo el cielo, me emociona pensar en que estamos viendo moléculas de nuestra atmósfera excitadas por partículas que habían viajado desde el Sol, de donde habían salido en una convulsión de gas a millones de grados. Esas regiones activas de nuestra estrella crean descomunales cortocircuitos electromagnéticos, que calientan el gas y lo lanzan más allá de la corona, y que recorre el Sistema Solar.
Pero es el campo magnético de la Tierra era el que mueve todo el fenómeno, quien lo hace bailar. Nuestra magnetosfera sufre esos embates cambiando su estructura y redireccionando las partículas que llegan del Sol para llegar hacia las regiones polares, del norte y del sur.
Ahora entendemos mejor la dinámica compleja de estas tormentas geomagnéticas, y se pueden predecir sus efectos, no solo en la atmósfera, sino sobre la creciente maquinaria que tenemos más allá de la protección magnética, los satélites artificiales. Ese tiempo espacial que nos muestra, también, cómo estas fechas del máximo de actividad solar serán los más propicios para disfrutar de las auroras boreales.
Ahora va finalizando esta temporada de auroras, porque la luz solar de la primavera empieza a terminar con las noches boreales. Pero llegará de nuevo el otoño y, con él, esta danza celeste. Y ese espectáculo que, gracias a la ciencia, vamos conociendo mejor, y disfrutando mucho más.
Opinión: como bien dice el autor de esta noticia, deberíamos ver al menos una vez en nuestra vida una aurora boreal...esa sobrecogedora luz que llega en otoño y en la zona norte.
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